jueves, 28 de marzo de 2019
Mi grito
Me fui de Cuba porque comencé a padecer un profundo e incohercible azco antropológico. Me parecía de pronto que vivía en un cuento de Kafka y que podía convertirme en un cucarachón.
Sentía transformarme, hacerme cada vez más invisible. La frustración era total, viviendo en la supervivencia, y viendo cómo se me cruzaban en la calle, los rostros sudorosos, exhibiendo ese rictus de odio típico de la doble moral.
Tenía el grito, alimentado durante décadas entre pecho y espalda, pero no sabía hacia donde apuntar el grito de una forma certera.
Si hubiera visto a Fidel Castro de cerca le hubiese apuntado con mi grito, y le hubiera reventado el cráneo, como se revienta una copa con la voz de los Sopranos. Creo que hubiera sido mi grito más pontente q el Grito de Yara. Hubiera sido la salvación de la nación aunque a mi se me hubiese también reventado el pecho.
José Rey Echenique
Mediodía Texano.
Mediodía texano, sol fuerte, perpendicular, fácil el golpe de calor, y el desmayo.
Estaciono frente a la clínica, para la cual trabajo.
A mi lado hay un SUV blanco, bastante lujoso. Lo miro de reojo, pero algo en su interior me llama la atención.
El SUV está cerrado, y no escucho el ronroneo del motor.
Me asomo a los vidrios del auto. No cabe dudas. Es un niño hermoso, como de 8 o 9 años, de pelo negro y carita redonda.
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