Mis últimos años en Cuba, transcurrieron en la ciudad provinciana de Camagüey.
Era un barrio de nombre surreal y hasta cierto punto sarcástico. Se llamaba Edén, pero en realidad, distaba mucho de parecerse al descrito en las Sagradas Escrituras. Las calles eran de tierra, las casas maltrechas y construidas con el esfuerzo de muchos años. Sus estructuras eran endebles y ofrecían muy poca seguridad a los habitantes. A veces eran construcciones de madera de muy mala calidad, en cuyas paredes se podían ver piezas de cinc, alternados con otros materiales. Mi barrio era en extremo marginal, y esta condición lo permeaba todo.