lunes, 30 de septiembre de 2019

El pesimismo, esa mala hierba sembrada en el corazón de los cubanos.



En Cuba se marchita la vida. Se ve a diario en las multitudes de cubanos sudorosos que hormiguean entre sus sucias calles. Es una existencia en la supervivencia, porque la mayor preocupación de los transeúntes es cómo garantizar las tres comidas básicas del día siguiente.

Si alguien tiene hijos, o ancianos como parte de la familia, el asunto se torna más difícil. Los cubanos se van marchitando poco a poco y no tienen esperanzas. Han decidido entregarse al escepticismo o a la superstición, para llenar un poco sus almas ya vapuleadas; otros, sencillamente, se entregan a religiones con un hambre de redención que a veces asusta.

Mi país, Cuba, no sabe cual será el destino. No hay indicios para fundar unas esperanzas más o menos sensatas. A veces desaparecen las prioridades, y lo único que impera es el choteo o el carnavalesco hábito de ignorarlo todo. “Que todo resbale, si total”. Dicen algunos. Pero la realidad está ahí, y es innegable, una realidad aburrida y grotesca, una lucha de desgaste que no conducirá a ninguna victoria de las que anuncia la prensa oficialista. Solo proclaman “Otro esfuerzo decisivo”, cuando arrecian las crisis y ya está.

La gente se pregunta para qué. Saben que sus abuelos fueron engañados por la propaganda y que ellos y sus hijos también han sido engañados.

El tiempo se ha detenido en todo. En cada esquina de Cuba se respira la tristeza. Los amigos de antes han perdido el brillo de sus pieles, y hablan con ruegos, como hablan los pobres, como pidiéndole permiso a las autoridades para vivir en este mundo, o se sintieran sospechosos de una extraña conspiración. Hablan en voz baja de la situación del país y dan la espalda cuando se menciona a los verdaderos culpables del dolor.

“Nadie se nos montará encima, sino doblamos la espalda” decía el Dr King. El pueblo de Cuba lleva 60 años doblando la espalda, y no se ha percatado de su verdadero poder. Pero la falta de fe ha ganado mucho espacio en el espíritu de cada persona, y como un virus se ha transmitido a las nuevas generaciones.

La gente de mi país está narcotizada por la resignación. No aceptan una opinión que les enseñe el mundo más allá de los estrictos límites de su redil. Se han creado su propio mundo de racionalizaciones y estas son para ellos su zona de confort.

Miedo a la libertad, miedo a tener miedo, miedo a que otros tengan razón y a que sesenta años de historias estén equivocados. Definitivamente, la realidad ha dictado sentencia.


José Rey Echenique

Poner los pies en la tierra.

https://geni.us/1vwIfL Poner los pies en la tierra, porque luego de 60 años ya hemos visto con claridad la historia de injusticias ...